Tal vez te da miedo encontrarte con la vaciedad del espíritu, con lo nula y solitaria que resulta tu propia compañía. Por eso prefieres la velocidad, el frenesí, aún cuando tu organismo no lo aguanta y necesita ciertas “ayuditas”. No soportas el enfrentarte a lo que hay dentro de ti, o lo que no hay.
¿Qué pasaría si un día, por voluntad propia, decidieras hacer nada y mirar un punto fijo durante tres horas? Tus demonios te poseerían, te odiarías a ti mismo, sentirías que el tiempo es eterno al principio. Surgirían recuerdos buenos y malos y luego, dudas, preguntas. “¿Por qué morimos? ¿Por qué el tiempo pasa tan rápido? ¿Por qué hice esto y no aquello? ¿Somos todos tan distintos? ¿Hay alguien allá arriba, o somos hijos del azar? ¿Pienso, luego existo, o siento primero? ¿Qué es el amor?” Y un etcétera infinito. Estoy completamente seguro de que esas preguntas tendrán algún día una respuesta que te satisfaga. La experiencia, la vida, sabrán cómo responder. Pero esquivarlas es rechazar la condición humana, y resignarte a que en esta sociedad, donde cada día estamos más comunicados entre sí, como una masa inerte y autómata que impulsa un engranaje que nadie tiene idea para qué sirve ni para dónde va, lo queramos o no, la ansiedad, la soledad y el vacío, son pan de cada día que le niegas a tu interior.
¿Cómo puedes estar con todo el mundo, si no puedes estar contigo mismo?
1 comentarios:
Siempre me ha gustado como escribes.
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