lunes, 6 de julio de 2009

Ventanas


Todos los días quisiera odiarte un poco más. Es mi objetivo desde hace un tiempo. Sí, desde aquel tiempo, cuando mi cabeza explotó y no supe qué hacer, ni cómo decirlo. No era yo, lo sé y lo sabes… No era el que piensa todo antes de decirlo, ni el que cree que tiene el mundo a sus pies. No aproveché mi única oportunidad de explicarte, sólo me dediqué a divagar sobre memorias que ya no sé dónde están, ni sé qué tan reales fueron. Mi mente me traicionó cuando estuve frente a tu cuerpo vestido – deseando una desnudez que ahora veo muy lejana-, dije lo último que debía decirte y te cansaste. Te cansaste de escuchar mis complicaciones, los gritos de mi soledad, los gritos de una víctima que tenía escondida y que jamás debí mostrar para nadie, menos para tus ojos, que sufren de delicadez.

El encanto fue muy frágil. Así son las cosas cuando son producto de experimentos y delirios demasiado cuerdos como para ser increíbles. Yo para ti siempre estuve enterrado en el cemento, y no sería jamás ese compañero con que saldrías a flotar. Yo siempre estuve dentro de un pasadizo oscuro que observabas desde las ventanitas que lograste construir para que conversásemos, y yo te dijera lo que se sentía la completa oscuridad, y tú a mí, lo que significaba ser parte del mundo. Al final todo sucedió en esas ventanas. Te maravillabas con el ser que yo era dentro del túnel, y te gustaba asomar la cabeza de vez en cuando, traspasar el vidrio, tocar mi rostro frío y sentir el sonido de mi voz traspasar tus oídos - Porque, como bien dice el dicho, de noche todos los gatos son negros-. Sabías que yo ansiaba cada uno de esos momentos. Por algo nunca tapé las ventanitas y disfruté de tus visitas. Alguna vez también intenté sacar yo la cabeza al mundo, pero ya sabes, no soporto mucho rato la traidora luz del sol.

Erraste sin querer. Dejaste las ventanas abiertas y desapareció tu sonrisa del umbral. Dejaste que saliera al mundo sin capucha, porque necesitaba ya no sólo tus ojos y tus orejas, quería tus labios. Tanto tiempo dentro de mí hizo que olvidase cuánta mierda hay allá afuera. Tú tampoco expelías ese olor… Creí que, aun desnudo, la languidez de mi piel no sería importante. Creí que sería inmortal. Creí que estarías allí, verías mi silueta acercarse, y tus ojos se llenarían de lágrimas. Creí que te gustaría verme fuera de mi oscuridad, a la luz de esos días que tanto odio ahora. Pero al verte sólo quedaba de mí un patético retrato de dolencias. En el camino mis demonios me habían hecho pedazos y, de paso, habían también cerrado mi refugio. No me importó, porque también creí – ¡Yo creí! Yo que antes sólo vomitaba sobre la fe- que curarías mis heridas, y sano, el camino lo haríamos juntos, para algún día volar, como tú siempre habías querido. Después de todo, en el claustro, la única cara que conocí fue la tuya.

Pero la angustia que emanaba, la soledad que ahora dolía, era demasiado notoria. Ya no viste al ser extraño que se había encerrado voluntariamente. Viste un niño en posición fetal. Viste un perdedor que anhelaba cariño. Viste esa parte de mí que la noche cubría. No pude evitar gritar de dolor, y por aquel grito, ya no quisiste escuchar mi voz.
F. Virrogla.

0 comentarios:

Publicar un comentario