viernes, 10 de julio de 2009

Nostalgia...


Vinimos al mundo con la cabeza vacía, cuatro extremidades en formación y un cuerpo de cristal. Crecemos, el cuerpo se alimenta de proteínas y la mente se nutre del tiempo, sus imágenes fugaces, sus palabras que atraviesan los oídos. Se supone que no sabremos quiénes somos hasta muchísimos años más tarde, cuando ya el cerebro guste de la gula mental, e intente satisfacerse con papel. Entonces ya seremos nosotros, un ser ¿formado? con relojes rotos, fotografías agrietadas y palabras amarillas.

Cuando el hombre es hombre, padece miles de mutilaciones. Acaricia, como un soldado a su desaparecida pierna, los días de adolescencia. Toca pieles que se perdieron en la corriente de los años que pisotean lazos. Se arma de diversas muletas del alma, para caminar hacia un adelante incierto, que sólo promete ser más y más pasado, hasta que ya los recuerdos desaparecen con la chispa vital.

No era tan cierto entonces eso del crecimiento, del vacío que se llena. Cada día que pasa es un espacio que se tacha del calendario. Cada fotografía es un momento que se terminó y cada carta es una palabra que ya se dijo. ¿Fue todo una mentira? Vinimos a agotar nuestros días, a usar la cuota de vida. ¿Es el mañana un día nuevo, o son todos un día menos de nuestra existencia? Aunque nuestras lenguas hablen del anhelo por un futuro, la verdad es que constantemente queremos volver a un pasado que, según la mentira de nuestra memoria, fue mejor.

Viene la pregunta ¿Alguna vez, desde que recuerdas, no quisiste volver a otros tiempos, no para cambiarlos, sino para vivirlos eternamente?

Si la nostalgia existe, desmiente nuestra trascendencia.

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