jueves, 6 de agosto de 2009

Eso que llaman Fe


Al nacer, todo animal, lo único que tiene claro, es que en algún momento, sin remedio ni objeción alguna, morirá. Un animal no piensa en Dios, en el sentido de su vida ni en si hay casualidades o todo tiene una intención previamente destinada. El animal camina, nada, vuela, repta, movido por un único instinto: Sobrevivir. A partir de él, nacen los instintos de caza, reproducción, protección, etc. Por sobrevivir las especies evolucionan y se adaptan al medio. Al final, la sobrevivencia es lo único que realmente importa en el medio animal, al cual, nos guste o no, pertenecemos.

Dentro de este mundo salvaje, el animal más peculiar y extraño es el humano. Un mamífero terrestre que carece de vellosidad corporal abundante y útil para la protección contra la hostilidad climática. Tiene una mata de pelo en la cabeza que, a primera vista, no tiene mucho sentido. Anda erguido. No cuenta con alas, ni grandes capacidades en sus extremidades para correr y perseguir presas. No tiene ningún sentido demasiado agudo o especializado. No se reproduce, en la mayoría de los casos, en masa, ni en poco tiempo. Sin embargo, tiene dentro de su cráneo un poderoso cuchillo de doble filo, que compensa todas sus carencias físicas. La mente del ser humano es la única razón por la cual como animal se pudo desarrollar. También es su mayor calvario.

Temprana es la edad para comenzar a cuestionar la vida, la existencia. Cortesía de nuestro desarrollado cerebro, nace el “por qué”, alrededor de los 5 años, y no nos abandona nunca. Es aquella pregunta la razón de la angustia humana, pues impulsa a encontrar una respuesta, por muy absurda que sea, a cualquier suceso que pase ante nuestros sentidos. A partir de allí nacen conceptos y cuestionamientos que para un perro serían burdos, como la justicia, Dios, patria, la causalidad, la casualidad, de dónde venimos, quiénes somos, hacia dónde vamos. Nuestro instinto animal de sobrevivencia nos obliga a tener fe en cualquier cosa, con tal de satisfacer ese “por qué” maldito y bendito, y darle una respuesta al universo vacío que vemos todas las noches. Nadie sabe con certeza por qué está aquí, ni siquiera tengo claro si realmente tiene sentido que esté o no esté. Si soy parte de un engranaje universal, una gota que conforma un océano, un elemento primordial en el destino del mundo, o simplemente soy uno más y mi presencia no afecta en nada el suceder de las cosas. Quizá la vida es un absurdo, o tal vez tiene más sentido del que podría imaginarme. Convivir con esas preguntas sin la tranquilidad de una respuesta en la que creer, es un suicidio progresivo. Conlleva sólo a la locura, al comportamiento autodestructivo del ser, al vacío que consume.

La fe es el pilar máximo de la sobrevivencia, porque permite al hombre avanzar en sus conocimientos y en su tranquilidad, sin dejarse caer por sus limitaciones (porque finalmente, frente a la inmensidad del universo, no somos más que hormigas practicando el álgebra). Creer en algo, conocerlo, estudiarlo y hacer que evolucione. Tanto Dios como los números son fe. Tanto la ciencia como la religión, a fin de cuentas, no son más que fe.

Creer para sobrevivir, y sobrevivir para vivir plenamente. Creer en Buda o en la física cuántica. En la ley, en la justicia, en Dios, en cualquier cosa.

0 comentarios:

Publicar un comentario