viernes, 7 de agosto de 2009

La justicia y la razón.


El tema de moda es la pena de muerte, en vista de las acciones del llamado “psicópata” que violó y asesinó a una niña de 5 años en la Quinta Región. Para tocar el tema en cuestión hay que ser cuidadosos. La pena capital es, a fin de cuentas, el asesinato que comete el Estado a modo de castigo, hacia personas que, según la legislación vigente, lo merezcan. Es curioso que para avalar esta práctica, sus impulsores recurran a datos frívolos como el gasto mensual para mantener a cada recluso, argumentando que no son humanos merecedores de tales privilegios, cuando el Derecho en general se sustenta no en la base racional del pensamiento, sino en la emocionalidad de las personas.
Racionalmente, no es insensato dejar a un hombre psicópata como este suelto en la calle, ya que seguiría el patrón de asesinar niños hasta aburrirse. Esto produciría una baja en el crecimiento de la población mundial y ayudaría a controlar el fenómeno de la sobrepoblación. Así, quizá la raza humana se mantendría más tiempo en pie (Insisto, esto es un juicio netamente racional). En cambio, cuando entran en este juego las emociones, se comienza a analizar desde un punto de vista empático el suceso. “La familia requiere de justicia” dirán muchos, pero la justicia, amigos míos, no es un concepto racional. Quien quiera rebatir eso, intente darme una definición cuantificable y cualitativa de justicia, luego una descripción de su aplicación. La justicia es un acuerdo conceptual en el cual los seres humanos nos apoyamos cada vez que sentimos impotencia por un suceso que afecta nuestras emociones más profundas, como es este caso.
Siendo entonces la justicia, la base intrínseca de la legislación, considero que la argumentación racional y funcional, en la mayoría de los casos, al hablar de leyes, tiende a estar fuera de lugar. De hecho, es por la intromisión del pensamiento racional que, muchas veces, nuestra necesidad de justicia (“Deberían torturar y matar a ese $%&##$%”) se ve interrumpida y amenazada, pues el argumento de parte de la razón resulta, cuando se apoya en términos legales (términos legales, constitución, libracos, no la justicia en sí) irrefutable por el argumento emocional. De allí que miles de sicópatas de todo tipo y rubro (estafadores, asesinos seriales, violadores, pedófilos) tengan condenas mínimas o salgan en libertad, si cuentan con abogados talentosos.

Pero cuando se habla de una pena capital, se considera que la persona es un estorbo para el bien común tan importante, que no puede seguir existiendo. Es un castigo igual al de cualquier animal salvaje que elimina a los miembros defectuosos del grupo, para que no afecte el bienestar de éste. Si acudo a nuestra verdadera naturaleza animal, o sea, actuando únicamente a nuestro instinto de sobrevivencia, tiene bastante sentido eliminar a cuanto delincuente exista, para así no preocuparse jamás del crecimiento del crimen. Cada humano defectuoso sería ejecutado y todo funcionaría a la perfección. Sin embargo, lo que nos separa, a mi juicio, de nuestra condición salvaje, no es precisamente esa razón de la cual nos vanagloriamos tanto, porque ella actúa bajo los preceptos de cuestionamiento, análisis y funcionalidad, y por tanto, de sobrevivencia. Lo que nos separa del animal es, precisamente, la emoción que sentimos al actuar o pensar. Muchos condenarían a muerte a este hombre porque se ponen en el papel de la madre de la niña, sienten su sufrimiento y su impotencia, en lugar de pensar que esto rebajaría los costos de las cárceles, porque no tiene sentido pensar en eso cuando hablamos de hacer justicia. Los detractores tampoco piensan en ningún tipo de funcionalidad cuando postulan que ejecutar a un hombre no soluciona “El problema de la delincuencia”. En el fondo, la mayoría se pone en el lugar de los condenados a muerte y la miserable espera, o en la familia de estos. Incluso hasta pueden pensar que sería un regalo darle muerte a un sórdido hijo de puta como ese.

Hay que ser cautelosos al buscar una solución a problemas como este, porque al hacer del intenso deseo de justicia (o sea, de eliminación del sujeto en cuestión) se puede legislar una ley que tarde o temprano, jugará en contra del mismo deseo. Más de alguna vez se considerará injusta la condena a un hombre a la pena de muerte, sea por lo que sea, y en ese momento, la razón podrá apelar a la misma constitución, a la ley, a la justicia escrita, para realizar la ejecución.

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