lunes, 25 de mayo de 2009

Ojos abiertos.


Soy de esos que más de alguna vez han querido “dejar de pensar tanto”. Me es imposible escapar de mi mente. Mi imaginación me posee a tal punto, que muchas veces puedo pasar minutos sin tener conciencia alguna de lo que sucede a mi alrededor. Todo me hace pensar en algo, todo me recuerda a algo, aunque no haya una relación importante entre ambas cosas. Yo no necesito “buscar dentro de mi interior las respuestas”. Necesito salir de mi interior de vez en cuando para que la vorágine del mundo no me atropelle. Por eso es que, cuando “abro los ojos a la realidad”, los fantasmas de la ansiedad me atacan. Me angustio un poco, quizá mucho en ocasiones, pero es que me es muy difícil estar en estado de alerta. Podría aplastarme un camión cualquier día. Podría perder el trabajo si me dejo llevar por mi cabeza y no hago lo que tengo que hacer. Pero sin esa importante característica, seguramente no estaría sentado escribiendo.

No buscaría tratamientos “normalizadores”. No soy amigo de los ansiolíticos. Pienso que cada cual debe buscar su forma de equilibrio imperfecto. Mi terapia es simple: Salgo del trabajo, tomo una micro y me bajo en cualquier lado, camino un buen rato e intento observar a la gente. Invento historias con caras, gestos y movimientos ajenos. Así logro tranquilizar mis fantasías y no me angustia vivir en un mundo que a ratos, no comprendo. También así puedo seguir siendo yo, me acepto y me domino, porque, como bien decía Nietszche “El individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo, y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo.”

0 comentarios:

Publicar un comentario