martes, 15 de septiembre de 2009

El dueño de la Luna


Recuerdo que cuando pequeño veraneaba en Algarrobo con mi familia paterna y amigos de ellos. Eran todos buenos para conversar y además se caracterizaban todos por ser reyes del dato freak. En realidad, los chilenos en general somos buenos para ello. Siempre sacamos información delirante (y si no me creen, hagan click aquí). Bueno, como decía: En una noche de conversación alguien dijo que un chileno astuto, hace mucho tiempo, se había convertido en el dueño de la Luna. Como era niño, lo creí y se lo conté a todo el mundo, pero al ir creciendo dudé de que tal leyenda fuese cierta y finalmente lo guardé en el mismo lugar donde guardo las historias del Caleuche, la Llorona, el Trauco y cosas por el estilo.

Pero resulta que me equivoqué.

El 25 de Septiembre de 1954, un hombre llamado Jenaro Gajardo Vera, excéntrico abogado, pintor y poeta sureño, inscribió ante el Conservador de bienes raíces de Talca, su soberanía sobre el satélite natural de la Tierra, previo pago de 42.000 pesos chilenos.

De hecho, es tan real, que incluso la noticia se expandió por todo el mundo y cuando se ejecutó la misión Apolo XI, el presidente de EEUU, Richard Nixon, le envío la siguiente solicitud a Jenaro:

"Solicito en nombre del pueblo de los Estados Unidos autorización para el descenso de los astronautas Aldrin, Collins y Armstrong en el satélite lunar que le pertenece".

Y Jenaro respondió:

"En nombre de Jefferson, de Washington y del gran poeta Walt Whitman, autorizo el descenso de Aldrin, Collins y Armstrong en el satélite lunar que me pertenece, y lo que más me interesa no es sólo un feliz descenso de los astronautas, de esos valientes, sino también un feliz regreso a su patria. Gracias, señor Presidente".

En 1998, cuando Jenaro murió, le dejó la Luna, en su testamento, al pueblo chileno. Sin embargo, por un decreto de las Naciones Unidas, se prohibió la compra y venta de terrenos fuera de la atmósfera terrestre. Aún así, hoy, un estadounidense llamado Dennis Hope le vende parcelas lunares a quienes quieran comprarlas. Brad Pitt y otros famosos son dueños de terrenos en la luna.

Y después decimos que lo mejor de Chile es la Isla de Pascua. Saaa!

lunes, 14 de septiembre de 2009

Las cosas buenas de Chile


Cuando se acerca el 18, los intelectualoides chilenos suelen confabularse contra los ciudadanos y los someten a un juicio porque, según ellos, somos semejantes a un grupo de loros que repiten todo lo que les dicen. Además, se codean entre ellos como dueños de la verdad y la perfección, tratando a los ciudadanos chilenos como basura sin identidad.

Digo esto porque leía un artículo en Emol que evocaba a varios personajes de las ciencias sociales para hablar de la identidad chilena, y resumiendo sus opiniones, según estos “expertos” no somos más que una cálida manga de estúpidos, arribistas y copiones sin imaginación.

Cuando leo este tipo de opiniones recuerdo siempre el trato que tienen algunos padres con sus hijos, recordándoles continuamente sus defectos, sus fallas, sus errores, en vez de decirles que tienen cosas buenas. Eso, amigos míos, sólo causa más errores, más cabezas bajas y más desmotivación. ¡Reconózcanlo, aunque cueste! Chile tiene cosas buenas, y que hablen lo que quieran ese montón de amargos rostros que no han logrado nada más que estar tras un escritorio y que, por su fracaso, se dedican a destruir la autoestima del pueblo.

Enumeremos cosas buenas de Chile, yo empiezo con una:

A pesar de que la empanada no es chilena, sí puedo decir con conocimiento de causa que nuestra empanada es la más contundente y mejor aliñada del mundo (Dato: Para los argentinos, las empanadas grandes son equivalentes a nuestras empanadas de cóctel, y son malísimas.)

Dale, sin rayar en el nacionalismo imbécil, comenten cosas buenas de Chile.

lunes, 31 de agosto de 2009

Envejecer

No tengo idea por qué, ni en qué segundo surgió mi miedo, pero le tengo un fuerte odio a la idea de envejecer (y eso que soy bastante joven). En mi familia no conozco ejemplos de mala vejez, mis abuelos están todos como lechugas y en general no he tenido malas experiencias con el tema. Pero es un temor mucho más grande que el de la muerte.

Imagino cómo seré. Si llegaré a los 65 años con buena cabeza, prometiendo 10 años más sin arrastrar los pies o estaré gordo y quejumbroso. Si seré un idiota rabioso o un viejo simpático. Si tendré incontinencia, disfunción eréctil, pérdida de memoria, problemas para ir al baño, cáncer, etc. Me pregunto constantemente si llegaré a esa edad aferrado a la vida o ya deseando que todo se acabase luego. Si tendré nietos, si me querrán mis hijos, si estaré casado, separado, viudo o simplemente llegué solo a la etapa, sin descendencia.

La vida dirá, algunos postulan. Otros dicen que es uno quien toma las riendas y hace el camino. Unos cuestionarán mi forma actual de vivir, y dirán que soy un histérico sin mucho futuro, o tal vez que como pésimo y que voy a envejecer antes de tiempo. No sé, pero lo único que tengo claro, es que mi mayor terror es envejecer y sentir el deterioro de mi cuerpo, y por sobre todo, de mi mente.

¿Cómo ves tú el envejecimiento?

martes, 25 de agosto de 2009

Los hombres viudos

En mi familia siempre ha existido la idea de que es mejor que, en un matrimonio de edad, muera el hombre primero. Esto se debe más que nada a que si mi abuela se muriera antes que mi abuelo, este último no dudaría una semana sin suicidarse.

Hoy leí que, cuando un hombre queda viudo, tiene 6 veces más posibilidades que una viuda de contraer el síndrome del corazón roto (morir de pena), dándome a entender que la creencia de mi familia no está tan errada.

Me imagino que el hombre, al tener una mente más funcional y dirigida que la mujer (que es detallista y abierta), al enamorarse, asume a esta mujer como alguien fundamental en su vida y en sus proyectos, una base importantísima. De hecho, hay teorías que afirman la idea de que todo lo que hace un hombre en su vida es para atraer e impresionar a una mujer. En este sentido, la fémina es el centro de toda la vida del hombre, y cuando éste encuentra una a cual amar, esta mujer en especial entra en un altar (por mucho que con sus pares se regodeen de que no están ni ahí y todo ese blabla tan evidentemente cínico). En cambio, la mujer, que tiene un cerebro con mayor tendencia a la multiplicidad de tareas (pueden hacer 9 cosas a la vez), también debe influir en que la nivelación de sus prioridades (carrera, marido, hijos, casa, por ejemplo) no es tan extrema como la de un hombre, o sea, que cuando una prioridad desaparece, al encontrarse a un nivel similar con las otras, su carencia no resultará vital y no impedirá concentrarse en las demás (si muere el marido, podrá seguir siendo madre y profesional sin ningún problema). En cambio el hombre, al ser más estrecho y desigual, al perder su prioridad fundamental, que es la mujer, cae en un abismo profundo porque siente que todas las otras partes de sí mismo carecen de sentido.

jueves, 20 de agosto de 2009

El racismo idiota de Chile.


Ayer me contaban, entre hamburguesas, la más estúpida anécdota de mi familia. Sucede que dos tías abuelas (que en aquel tiempo habrán tenido unos 50 años) viajaron a Estados Unidos solas, a New York, para ser exacto. Antes del viaje, más de algún “sabio y experimentado” consejero racista les advirtió que tuvieran mucho cuidado con los negros, porque siempre andaban asaltando a la gente y les podían arruinar el viaje. Pasaron un muy buen viaje, sin inconvenientes, ya que se habían cuidado de estos malvados seres (los negros), pero, para su mala suerte, uno de los últimos días (si es que no fue el último, no recuerdo) estaban en el ascensor del hotel, completamente solas, y, de la nada, sube un negro gigante (más de dos metros) con un perro también gigante. Producto de toda la imbecilidad introducida en sus cabezas, estaban aterradas con esta suerte de demonio oscuro con su can cerbero dentro de un cubículo de 2x2. El amigo, seguramente sin entender mucho, dijo, con una voz potentísima “Sit”, para que su perro se sentara. Pero ambas señoras, en su delirante situación, se sentaron, cual pequinés obediente, haciéndole caso a este gigante que, a esas alturas, figuraba tirado en el piso de tanto reírse.

La historia no termina allí, lo aún más increíble es que, cuando fueron a pagar la cuenta del hotel, ya estaba completamente pagada por alguien. Este alguien había dejado una nota que decía “Gracias por ese momento, me hicieron reír mucho. Michael Jordan”. En efecto, el mejor basquetbolista de todos los tiempos, había pagado todos los gastos como agradecimiento, y quizá, también para enseñarles que, a pesar de su tercermundista pensamiento obtuso, los negros, como humanos que son, pueden ser buenas o malas personas.

Aquí quedo pensando en nuestra idiosincrasia estúpida e ignorante y me hago la pregunta: ¿Somos racistas? y de serlo ¿Con qué razón?

martes, 18 de agosto de 2009

La música y el placer

La música, en su mayoría, puede cumplir dos funciones. Una es la de interpretar una emoción o una sensación, para crear identificación en quien la escucha (de ahí el éxito de la balada, por ejemplo). La otra es un tanto más compleja y trata de crear o producir una emoción, para que quien la escuche entre en un estado que no guarda una necesaria relación entre lo que está haciendo, viviendo, y lo que está escuchando.

Como buen humano que soy, mi sensación favorita es el placer, y todo lo que incentive el estado placentero y no cree una autodestrucción a corto plazo, me gusta, me llama. Y dentro la gran gama de canciones que existen en mi reproductor, hay una en especial que, si bien no tengo idea el contenido de su letra (que es poca, por cierto), la música, el piano lento que se pierde en un horizonte de sintetizadores perfectamente utilizados para crear una atmósfera recreadora de imágenes placenteras. Porcelain, de Moby, es el soundtrack de “La playa”, película que precisamente versa sobre el placer paradisiaco. Y sin importar la opinión que uno tenga sobre la película o sobre Moby y su música, es innegable que cuando se escucha Porcelain, todos los recuerdos placenteros que uno pueda tener, sean las mejores perfomance sexuales, las cimas más altas de las montañas más escabrosas, las drogas más fuertes, las caídas libres infinitas, las camas más blandas, las aguas más tibias, los platos más sabrosos, todos los placeres en sí, se unen en un solo pensamiento etéreo, inefable, que si nos concentramos, llena nuestra mente de esas ansiadas endorfinas exquisitas, empapando de ellas cualquier mal augurio de nuestro día.
¿Y tú, recomiendas alguna canción para el placer?

jueves, 13 de agosto de 2009

La sinceridad del abismo

Al absurdo me he sometido. No porque crea que es mejor emborracharse que estar sobrio, no porque mis objetivos en la vida se hayan desvanecido con el duro palmazo del tiempo. No, eso de la decepción no tiene cabida en esta reflexión bizarra, triste, angustiosa, pero sincera.

Me he sometido al absurdo de la existencia porque todo dios desapareció de mis pensamientos, o porque mis pensamientos le ganaron al dios que alguna vez me habían inventado. Y sin arquitecto no hay obra predeterminada, por lo tanto, carezco de un sentido. No hay maquetas. Nací para construirme en los cimientos de una muerte inminente, y mientras más pienso en ello, más vacío encuentro en mi interior.

Aquí entonces, en esta tierra, no hay nada más que días mecánicos, relojes que avanzan segundo a segundo en un tiempo que inventamos. ¿Por qué tener valores? ¿Por qué ser feliz? ¿Por qué procrear, si morir es inevitable?. Si concentro mis divagaciones en aquellas preguntas, la respuesta cada vez se hace más lejana.

Me he sometido al absurdo porque es ridículo tener conciencia de que existo y hacer algo con eso. Aún más ridículo es vivir sufriendo, si lo único que tiene sentido es el placer que, cada vez, se hace más esquivo.

Es patético aspirar a la verdad, pues de haber una, no seríamos libres. ¿Tendrá fondo este abismo?